De excrementos eran los fósiles.
En 1915 Jonh Cooke presentaba en la Royal Academy de Londres “Discussion on the Piltdown Skull”, un cuadro en el que se recreaba el examen que varios científicos de la época realizaban en torno al cráneo de un fósil –bajo la atenta mirada de Charles Darwin cuyo retrato presidía la sala– hallado tres años antes en las cercanías de Piltdown, en el condado de Sussex, y que denominado con el nombre científico de Eoanthropus dawsonii, sería presentado a la prensa como el eslabón perdido.
El hecho tuvo entonces una gran repercusión, no solamente social sino también en el ámbito científico de la época. Una nota en la revista Nature se hacía eco de ello el 5 de diciembre de 1912:
Los restos de un cráneo y de una mandíbula humana, que se consideran perteneciente al período del Pleistoceno temprano, han sido descubiertos por el Sr. Charles Dawson en un depósito de grava en la cuenca del río Ouse, al norte de Lewes, Sussex. Mucho interés ha suscitado el espécimen, debido a la exactitud con la que se dice que se ha fijado su edad geológica, y que será objeto de un artículo presentado por el Sr. Dawson y el Dr. Smith Woodward ante la Sociedad Geológica el 18 de diciembre.1
Durante años se aceptó el descubrimiento sin mayores análisis –con contadas excepciones– hasta que en los años cincuenta se descubrió que los restos no poseían una antigüedad mayor a 50.000 años, para posteriormente revelar que los supuestos fósiles habían sido falsificados y construidos a partir de modificaciones sobre la mandíbula de un orangután, el cráneo de un homo sapiens y los dientes de un chimpancé.
El intento por buscar una respuesta al fraude es apasionante y adquiere tintes novelescos. Desde que se descubrió la falsificación, investigadores aficionados y profesionales, científicos e historiadores han buscado la identidad de los culpables, habiendo al menos veintiún sospechosos inculpados por evidencias circunstanciales y con distintas relaciones con el caso. En el cuadro de Jonh Cooke, podemos ver a algunos de ellos alrededor del cráneo del “Hombre de Piltdown”, Frank Barlow, Grafton Elliot Smith, Charles Dawson, Arthur Smith Woodward y Arthur Keith.
Sin embargo el más sorprendente de entre todos los sospechosos es Arthur Conan Doyle, que en el mismo año del descubrimiento acababa de publicar El mundo perdido, una novela de aventuras en el que un grupo de científicos se embarcan en una expedición destinada a comprobar la existencia de especies prehistóricas con vida.
Algunos autores plantean la posibilidad de que Conan Doyle pudiera estar implicado en el fraude del “Hombre de Piltdown”, basándose en coincidencias tales como que vivía a sólo diez kilómetros del hallazgo, conocía a Dawson y estaba interesado en la evolución humana2. Por otro lado sus creencias espiritistas y las burlas a las que se veía sometido por parte de la comunidad científica y su enfrentamiento con las ideas evolucionistas de Lankaster, lo habrían llevado a crear una burla monumental, poniendo en cuestión el modelo científico que se estaba imponiendo al dejarlos en ridículo ante la falsedad del hallazgo, que en algún momento habría de ser descubierto.
De todos modos, la cuestión va más allá del simple autor del fraude y se desliza hacia un paradigma científico colonialista que trata de mantenerse y un nacionalismo que debía dar al Reino Unido su lugar en el mapa de la evolución humana. Una vez aceptada la validez del material presentado, se tornaba implícito que “en Inglaterra habían vivido humanos de aspecto moderno aún antes que los hombres de neandertal hubiesen surgido en el continente.”
Pero volvamos al cuadro. Un cuadro conmemorativo del encuentro de los científicos que tras el hallazgo del fósil y su estudio en el Royal College de Surgeons el 11 de agosto de 1913, estaban poniendo al Reino Unido en el centro de la evolución humana. Había sido pintado especialmente para su exhibición en la Royal Academy en mayo de 1915. Puesto a la venta por 750 libras, no encontró comprador, volviendo así a la colección del artista. Sin embargo fue tan popular que se hicieron copias litográficas vendidas por todo el país, al mismo tiempo que se reproducía en revistas como The ilustrated London News, muy popular en la época.
Cuarenta años después el cuadro, siendo idéntico a sí mismo, se convertía en la representación de la conmemoración de un fraude, y la mitad de los presentes en sospechosos de una trama rocambolesca. La historia posterior habría cargado a la obra de acontecimientos que aún no estando contenidos en la imagen, al verlo hoy, nos vienen a la memoria y a la imaginación, condensándose en la imagen.
Aunque suene extraño, hay algo de este componente histórico en las obras de Nacho Martín Silva (Madrid, 1977) y creo que no poco de policíaco, debido tal vez al modo fragmentario en el que se muestran sus imágenes, apareciéndose como indicios, que ocultándose a veces como evidencia en la superficie y mostrándose otras como sospecha tras la imagen, nos revelan que la historia está incompleta y construida a partir de recortes.
Las pinturas y los collages de Nacho Martín no sólo cuentan una historia –más allá de la autorreferencial de la historia del arte– sino que a través del proceso de elaboración de la obra y del montaje, se podría elaborar una pequeña teoría en torno a cierta crisis del tiempo histórico, no como epistemología sino como vivencia y a los modos en los que nos es dado conocer el pasado.
Los términos están invertidos, pero creo que como en “La carta robada” lo oculto está casi siempre a la vista.
Ante la escena, sobre la mesa, en el centro, hay un collage, una mujer con los brazos extendidos como si sujetase la imagen que se le superpone, mira hacia abajo y atraviesa el tiempo. Sostiene la reproducción de una fotografía en blanco y negro de soldados muertos, suponemos que en alguna batalla, tal vez el Desastre de Annual. La relación temporal se establece a través del gesto y de una mancha roja y blanca que vincula los dos tiempos que no acaban de tocarse debido a un desgarro en el plano.
La historia continúa a la derecha de la mesa, en un cóctel a las afueras de Casablanca, por ejemplo. Deciden quedarse dentro porque en el jardín hace un calor insoportable. Tras el Desastre de Annual el ejercito español y francés bombardean duramente el Rif con armas químicas, los cuerpos quedan carbonizados y los testigos borrados, sólo quedan las estatuas.
Este podría ser un relato pero también podría ser otro, la superposición de los tiempos, de las imágenes de lo histórico y de lo cotidiano, de las que sólo guardamos fragmentos, nos dejan un espacio abierto y al mismo tiempo borroso para la construcción de un relato que está por interpretar y reconstruir como el “Hombre de Piltdown”.
Jorge Varela
1 Bate, D.G.: An annotated select bibliography of the Piltdown forgery, British Geological Survey Open Report, OR/13/47, iv,129, 2014, p. 3
2 Tobias, P.V.: “Piltdowm. An appraisal of the case against Sir Arthur Keith” in Current Anthropology, Vol. 33, No. 3 (Jun., 1992), p. 249